Por: Dr. Danilo Antonio Castillo G.
Médico General
Diplomado en Medicina Familiar
La palabra » obeso» viene del latín “obeder”. Formado de las raíces ob (sobre, o que abarca todo) y edere (comer), es decir «alguien que se lo come todo”. El primer uso conocido de esta palabra fue en 1651 en lengua inglesa, en un libro de medicina titulado: “Médico y Reformador Social”. La única constatación que tenemos de la existencia de obesidad en tiempos prehistóricos proviene de estatuas de la edad de piedra representando la figura femenina con exceso de volumen en sus formas. La más conocida es la Venus de Willendorf, una pequeña estatua de la edad de piedra que tiene una antigüedad aproximada de 25.000 años y que está expuesta en el museo de Historia Natural de Viena. No obstante, en el Imperio Medio egipcio (siglos XXI-XVII a.C.), en las enseñanzas del Kagemni, puede leerse por primera vez en la historia una asociación de la glotonería con la obesidad, y una condena y estigmatización del comer con exceso.
En la antigua Grecia, Hipócrates reconoció que las personas que tienen una tendencia natural a la gordura, suelen morir antes que las delgadas (Hace más de 2000 años). Galeno veía, por tanto, la obesidad en relación a un estilo de vida inadecuado. Los espartanos eran estrictos con respecto a las personas obesas. Cada mes revisaban a los jóvenes, y a aquellos que estaban subidos de peso se le obligaba a bajar de peso siguiendo un rígido programa de ejercicios.
En la Edad Media, la glotonería era más bien común entre los nobles, que la consideraban un signo tangible de bienestar. La iglesia, en cambio, desaprobaba la glotonería. En Europa, al comienzo de la Edad Moderna, a fines del siglo XV, había mayor disponibilidad de comida y la glotonería ya se relacionaba claramente con la obesidad. Durante los siglos XVI y XVII, el sobrepeso y la obesidad, eran símbolos de fecundidad y atractivo sexual, así como de salud y bienestar. La aplicación de los métodos cuantitativos (que se pueden medir) en el estudio de la enfermedad representa un importante avance en la medicina.
El estadístico, matemático y sociólogo belga Adolphe Quételet en 1835 establece la curva Antropométrica de distribución, de la población belga; y propone que el peso corporal debe ser corregido en función de la estatura (Kg / m²). Este índice de Quételet, hoy día conocido como índice de masa corporal (IMC) y absolutamente generalizado como medición de la obesidad en estudios epidemiológicos y clínicos, fue olvidado, tomando relevancia, avanzado el siglo XX. El endocrinólogo francés Jean Vague, quien realizó una precisa descripción del que muchos años después sería más conocido como síndrome X, metabólico o plurimetabólico, vinculado a la distribución topográfica androide (semejante al hombre) o central de la grasa (abdomen).
La gran trascendencia de la distribución topográfica de la grasa en las complicaciones metabólicas y circulatorias de la obesidad no fue ampliamente reconocida por la comunidad científica internacional hasta su aceptación por el Instituto Nacional de Salud de Estados Unidos en 1989. Hubo que esperar hasta el año 1999 para que se publicara la Declaración de Milán, en la que los países pertenecientes a la Unión Europea asumieron que la Obesidad constituye un trastorno básico a partir del que se desarrollan comorbilidades de todo tipo (cardiacas, reumatológicas, digestivas, endocrinas, etc.).
En 2002, la Organización Mundial de la Salud, desarrolló la Estrategia Mundial sobre Régimen Alimentario, Actividad Física, y Salud; que fue aprobada por los estados miembros en mayo de 2004, momento en el que se etiquetó a la Obesidad como «epidemia del siglo XXI”. Últimamente y tras el descubrimiento de hormonas como la Leptina, Adiponectina y neurotransmisores como el Neuropéptido Y (por citar los más importantes); el interés por esta patología ha crecido y como consecuencia se han desarrollado fármacos que vienen a complementar los dos pilares básicos para el tratamiento de la Obesidad establecida que son la Actividad Física y la Alimentación.» alt=»» />La palabra » obeso» viene del latín “obeder”. Formado de las raíces ob (sobre, o que abarca todo) y edere (comer), es decir «alguien que se lo come todo”. El primer uso conocido de esta palabra fue en 1651 en lengua inglesa, en un libro de medicina titulado: “Médico y Reformador Social”.
La única constatación que tenemos de la existencia de obesidad en tiempos prehistóricos proviene de estatuas de la edad de piedra representando la figura femenina con exceso de volumen en sus formas. La más conocida es la Venus de Willendorf, una pequeña estatua de la edad de piedra que tiene una antigüedad aproximada de 25.000 años y que está expuesta en el museo de Historia Natural de Viena.
No obstante, en el Imperio Medio egipcio (siglos XXI-XVII a.C.), en las enseñanzas del Kagemni, puede leerse por primera vez en la historia una asociación de la glotonería con la obesidad, y una condena y estigmatización del comer con exceso.
En la antigua Grecia, Hipócrates reconoció que las personas que tienen una tendencia natural a la gordura, suelen morir antes que las delgadas (Hace más de 2000 años). Galeno veía, por tanto, la obesidad en relación a un estilo de vida inadecuado.
Los espartanos eran estrictos con respecto a las personas obesas. Cada mes revisaban a los jóvenes, y a aquellos que estaban subidos de peso se le obligaba a bajar de peso siguiendo un rígido programa de ejercicios.
En la Edad Media, la glotonería era más bien común entre los nobles, que la consideraban un signo tangible de bienestar. La iglesia, en cambio, desaprobaba la glotonería. En Europa, al comienzo de la Edad Moderna, a fines del siglo XV, había mayor disponibilidad de comida y la glotonería ya se relacionaba claramente con la obesidad. Durante los siglos XVI y XVII, el sobrepeso y la obesidad, eran símbolos de fecundidad y atractivo sexual, así como de salud y bienestar.
La aplicación de los métodos cuantitativos (que se pueden medir) en el estudio de la enfermedad representa un importante avance en la medicina. El estadístico, matemático y sociólogo belga Adolphe Quételet en 1835 establece la curva Antropométrica de distribución, de la población belga; y propone que el peso corporal debe ser corregido en función de la estatura (Kg / m²). Este índice de Quételet, hoy día conocido como índice de masa corporal (IMC) y absolutamente generalizado como medición de la obesidad en estudios epidemiológicos y clínicos, fue olvidado, tomando relevancia, avanzado el siglo XX.
El endocrinólogo francés Jean Vague, quien realizó una precisa descripción del que muchos años después sería más conocido como síndrome X, metabólico o plurimetabólico, vinculado a la distribución topográfica androide (semejante al hombre) o central de la grasa (abdomen). La gran trascendencia de la distribución topográfica de la grasa en las complicaciones metabólicas y circulatorias de la obesidad no fue ampliamente reconocida por la comunidad científica internacional hasta su aceptación por el Instituto Nacional de Salud de Estados Unidos en 1989. Hubo que esperar hasta el año 1999 para que se publicara la Declaración de Milán, en la que los países pertenecientes a la Unión Europea asumieron que la Obesidad constituye un trastorno básico a partir del que se desarrollan comorbilidades de todo tipo (cardiacas, reumatológicas, digestivas, endocrinas, etc).
En 2002, la Organización Mundial de la Salud, desarrolló la Estrategia Mundial sobre Régimen Alimentario, Actividad Física, y Salud; que fue aprobada por los estados miembros en mayo de 2004, momento en el que se etiquetó a la Obesidad como «epidemia del siglo XXI”.
Últimamente y tras el descubrimiento de hormonas como la Leptina, Adiponectina y neurotransmisores como el Neuropéptido Y (por citar los más importantes); el interés por esta patología ha crecido y como consecuencia se han desarrollado fármacos que vienen a complementar los dos pilares básicos para el tratamiento de la Obesidad establecida que son la Actividad Física y la Alimentación.